Dando de comer al pavo real nos entró una buena risa. Había que entrar y echarlo hacia la caseta del fondo, encerrarle y después de haber echado la comida, abrirle de nuevo y salir corriendo antes de que te alcanzara. Todo esto yo le arengaba para ver si así podía mantenerle a raya.
Este es el cuarto donde dormiremos cuando volvamos los pasanadinos.
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